Todos los niños pequeños mienten en algún momento. En los
menores de cinco años, el mundo mágico de los sueños, deseos y fantasías, no
siempre se diferencia de la realidad.
Pero cuando la mentira se convierte en algo crónico pasada
esta edad, revela un problema más profundo de inseguridad o falta de autoestima
que conviene averiguar y tratar. Si no quieres que tu hijo mienta a todas
horas, evita hacerlo tú delante de él.
Todos mentimos en algún momento: por conveniencia,
vergüenza, interés, respeto o necesidad. Por piedad, desesperación, defensa o
simplemente por gusto. Las mentiras crecen con nosotros y evolucionan junto con
nuestra personalidad. Pero si la mentira es persistente y trastorna nuestra
vida y la de los que nos rodean, se convierte en algo patológico y peligroso.
Los padres desean que sus hijos no les mientan nunca, que
confíen en ellos y les digan siempre la verdad. Para lograr esto, hay que
inculcar ciertos hábitos de conducta y darles ejemplo desde pequeños. Mentir es
una parte natural del desarrollo mental del niño y ciertas mentiras son
positivas, pero si tu hijo es muy pequeño, es peligroso que se dé cuenta de que
alterando la realidad obtiene un beneficio, porque así aprende a decir mentiras
para evitar sus responsabilidades, y de adolescente engañará para probar sus
propios límites y salirse con la suya.
¿Por qué mienten los niños?
Juan Pedro Valencia, psicólogo infantil, nos explica los
motivos de las mentiras desde temprana edad:
Menos de 3 años: Por debajo de esta edad los niños no
mienten aunque digan cosas que no son verdad, pues para ellos sí lo son y con
eso les basta.
También les sirve para aprender que no siempre los adultos
saben todas las cosas -lo cual es positivo y permite adquirir una mayor
tolerancia a la frustración-; que puede ser una forma útil de llamar la
atención en algunos casos, o que les permite evitar consecuencias negativas, como
por ejemplo, un castigo.
A veces, mienten simplemente porque imitan lo que ven, es
decir, absorben nuestras formas de actuar, de comportarnos y también, por qué
no decirlo, de mentir. Asimismo, si nuestro nivel de exigencia es demasiado
elevado, puede influir de tal forma que al no poder cumplirlo mientan para
evitar defraudarnos y eliminar la tensión que les supone asumir esa
responsabilidad desproporcionada: la mentira puede convertirse en una válvula
de escape que enmascare una ansiedad demasiado elevada.
La mentira puede ser un síntoma que nos indique la
personalidad de nuestro hijo:
• El niño tímido que se evade al sentirse desamparado.
• El niño temeroso que trata de huir del peligro.
• El niño vengativo que busca desquitarse.
¿Cómo saber si miente?
A menudo es muy difícil para los papás saber si los niños
están diciendo la verdad o no. Cuando dicen la verdad, generalmente están
relajados y sus expresiones faciales lo demuestran. Cuando mienten, sus
expresiones faciales pueden demostrar esta ansiedad. Los padres deben escuchar
cuidadosamente lo que sus hijos les dicen. ¿Existen contradicciones en lo que
dicen? ¿Tienen sentido sus palabras? ¿Es creíble lo que dicen? Si los niños
dicen la verdad, usualmente sus palabras no suenan ensayadas, si lo que dicen suena
ensayado, los padres pueden hacer preguntas para ver cómo reaccionan al
contestarlas.
Niños mentirosos¿Qué hacer cuando mi hijo miente?
Lo primero es intentar averiguar el porqué de ese
comportamiento para así poder corregir lo que de nuestra parte pueda estar
influyendo en el mismo y, en caso de que sea exagerado, poder recurrir a un
profesional que pueda analizar el problema y orientarnos en la mejor forma de
solucionarlo.
No obstante, Juan Pedro Valencia nos da una serie de pautas
que podemos emplear para evitar en lo posible las mentiras de nuestros hijos:
- Dar ejemplo: Es difícil pedirle que no mienta si nosotros
lo hacemos de forma habitual. Frases tan comunes como decir “Si me llaman por
teléfono, di que no estoy”, pueden confundir al niño si luego le recriminamos
por decir él algo parecido.
- Crear un clima de confianza que le sirva para tener la
seguridad de que puede contarnos todo con tranquilidad y sin miedo.

- Explicarle claramente la diferencia entre la verdad y la
mentira. Esto es especialmente importante en edades tempranas, donde, además,
ajustaremos la explicación a su edad.
- Felicitarle cuando nos diga la verdad, especialmente si la
misma conlleva riesgo de ser castigado. Por supuesto, si ha actuado mal y nos
lo confiesa sin mentir no significa que no le debamos castigar, sino que
separaremos claramente lo que es un comportamiento inadecuado por su parte de
lo que el niño significa para nosotros: le queremos por sí mismo, no por sus
actos.
- No reaccionar de forma desproporcionada cuando mienta,
siendo preferible reprenderle o comentar lo ocurrido en privado que hacerlo en
público.
- Explicar claramente lo que esperamos en cuanto a cumplir
normas y los beneficios que conlleva. Ello le permitirá entender bien la
relación entre conducta y consecuencias.
- Fomentar oportunidades para que actúe de forma sincera.
Nosotros confiamos en ellos pero deben ser honestos con nosotros.
- Guardar proporcionalidad entre la conducta y sus
consecuencias. Tan inadecuado es castigar excesivamente una conducta errónea
como premiar sobremanera una positiva.
- La mentira no siempre hay que castigarla; a veces es más
positivo saber sus razones para mentir, de tal forma que podamos actuar para
que comprenda lo valioso de la sinceridad. Aumentará nuestra confianza y al
mismo tiempo su libertad y autonomía.
- Liberarse de actitudes neuróticas. Muchas veces
reaccionamos con ansiedad ante la simple posibilidad de la mentira: “¿Habrá
dicho o no la verdad?” Y cuando la mentira es descubierta, entonces se acosa al
niño, se multiplican las preguntas y los interrogatorios, y, haciendo gala de
una gran desconfianza, ya no se le cree, aunque diga la verdad.